noviembre 06, 2008

Textos de "Eco del eco" de Carlos Silva

"¿Dónde está el eco?, ¿dónde es posible percibirlo?, ¿podríamos tocarlo acaso? Para Carlos Silva López el eco está insertado en el Eco del eco de estos ecos gemebundos escritos para el suicidio."



  • Nos amamos con el beso

    replica del oleaje

    de tus ojos diminutas coaliciones.




  • Tania

    Eres el verso eterno
    la caricia malgastada del poeta
    universo jamás explorado
    dos amantes que se pierden
    entre pinceladas y besos arco iris
    desnudas tu alma
    hasta derramar la tinta
    del brillo emanante de tu boca
    embarcación que no se atreve a zarpar
    del puerto de tus ojos.



  • Mujer

    Belleza oculta bajo el reflejo de la luna
    vientre-guarida donde anidan las ilusiones
    y crecen los sueños de 9 meses
    en una sala de espera sin espera

    Manos que dan forma a un ser desprendido
    de un costado de la pluma que cuelga
    y rasguea un corazón que late y murmura
    en atardeceres diluidos de nostalgia

    Tania caballo de mil batallas
    escenario donde se libran las más fieras decepciones
    tú guerrera invulnerable
    armadura construida en realidades
    soñadora y madre
    viento que acaricia la palabra
    olas que rompen el llanto de la vida.



  • Deseo

    Un orgasmo aguarda debajo de tus pupilas
    mil contradicciones envueltas en hojas de papel caracol
    tu misterio herida del viento
    noche que fecunda en tu vientre
    violando el pasado
    jadean en tus labios atormentados
    olas que permiten navegar entre la madre selva
    un par de senos rodean un bosque en calma
    tan niña tan odio
    tus manos de agua
    de arena
    eyaculan peces de trigos sintéticos
    punto sobre puntos
    líneas sobre versos.



marzo 26, 2008

algunos cuentos del libro "llorar el viento" de Bernardo Araujo

PASADOS INMEDIATOS

Fernando y yo bebíamos ron blanco alrededor de una típica mesita alta y redonda, era casi media noche y el supuesto mejor antro de la cuidad estaba prácticamente vacío. Se nos había ocurrido asistir ahí, pues el lugar tenía fama de que abundaban las chavas del estilo contemporáneo. Putas decentes, basta con abordarlas copa en mano y una camisa algo decente, ofrecerles algo de tomar imitando un semblante medio padrotón, lo beben de tres tragos y piden otra y otra (es la parte mas cara), después les sigues el juego bailando una o dos horas sin parar de beber (porque si no bailas no hay nada), entonces te las llevas.
Una conversación “amena” y estúpida, comprar cerveza clandestina y vagar unos minutos por la ciudad, lo demás es sencillo. Al día siguiente apenas recuerdas su nombre y el rostro, si corres con suerte seguirás viéndola en citas posteriores, no por demasiado tiempo, esto te ahorra todo el proceso anterior durante algún corto período, si no, repites la fórmula.
-Pedimos la otra ¿no? Ambos entendimos las pocas probabilidades de la noche, más tarde, nos acercamos a un grupito de mujeres que bailaban en un rincón del lugar. Hacía años que ninguno de nosotros pisaba antro alguno. Con la edad entendíamos menos, por eso regresábamos a los aires de la preparatoria, intentando movernos conforme a la música (que ni siquiera sabíamos bailar) y sonreír como idiotas.
La verdad es que ambos habíamos pasado por una mala racha y nos encontrábamos en un estado como de quinceañera engañada. Era momento de sacarlas de ahí y concluir el plan, en ese instante dijeron que debían irse. Yo no hacía más que mirarle los senos a una de ellas como borrachito de esquina, lo único que puede hacer fue pedirle su número telefónico.
Desilusionados cambiamos de bar, sólo para rematarnos con otras copas más. Encontramos ahí un par de amigas que yo no recordaba, pero según Fernando salimos con ellas varias veces. La noche volvía a tomar sentido, luego nos enteramos que iban a irse con dos tipos menores que ellas. Esa noche nos movían exactamente las mismas intenciones. Ellas tampoco encontraron gran cosa con los años, pero tuvieron suerte hoy.

Es la una pm. y apenas consigo levantarme, no hago más que pensar en aquello que me hizo volver a rutinas preparatorianas. Días antes me enteré de que la única pareja más o menos formal que tuve, se había revolcado con un excompañero de generación en su auto y que por cierto la había sacado de un antro.
Me ducho, al salir me sorprende el timbre telefónico antes de siquiera ponerme calzones. Es agradable saber que las ocasionales amigas no te han olvidado del todo.
Mujeres, otras mujeres, a veces ni una sola, pero muy poco amor.
No estoy seguro si todavía importa.


TELEFONEMA I
El Atrapaflemas

El ataque de asma, después de la comida, hizo que se embarrara en el asiento casi medio minuto. Manoteando dentro de los cajones buscaba su tranquilizante. El atrapaflemas, como le llama él, luego de diez años de amistad en que le salva la vida unas siete veces por semana.
En lugar de eso encontró una fotografía, poco a poco, su respiración vindicaba el ritmo normal. Recordó los paseos, sus ojos infinitos, las caderas, las manos, el roce de sus alas. Le urde un insondable trastorno.
Se deslizó hacia la calle, apremiante. Sus pasos alcanzaban la avenida principal. Inconsciente, levantó la mirada para descubrirla. Un leve frote de manos y miradas conformaron el saludo. Sin embargo, pudo captar su vuelo.
Tres cigarros más tarde alzó el auricular del teléfono. Aquella voz del otro lado, le regalaba un instante de existencia tangible. Dejó caer la bocina. La tarde entera giró sobre una ausencia. Sobrevino la hora en que el sol deja de atisbar.
Se colocó en la mesa, ese día abandonó para siempre el atrapaflemas, dejó de asistir al médico, rara vez le vieron por la calle. Con paciencia aguardaba cada tarde después de la comida, su respectivo ataque y en seguida contemplar la fotografía. Redimirse.
Diariamente suena el teléfono a la misma hora. Nadie contesta nunca.



LA RATA

-¿Qué crees que debemos hacer? Preguntaste, como si se tratara de ir al cine o al teatro, sin embargo era un poco más difícil que eso. Aquel domingo asomaba la felicidad, debías marcharte.
Si estuvieras, te contaría de ocio, de nostalgia. El péndulo del reloj paró, me sobra tiempo, lo extraño es que la inercia no me haya detenido también, a veces creo que la muerte ya no existe.
Los seres que habitan la noche vienen diariamente. Les hablé de ti mientras fumaba uno de tus cigarros olvidados tras el reloj. Cosas extrañas sucedieron cuando se detuvo.
La casa se tornó oscura y contaminada, se me encorvó la figura, mi cuerpo se invadió de un pelaje grueso, áspero y grisáceo, como si me vistiera un celaje de humo.
Regularmente me resulta más cómodo andar en cuatro patas, algo me estorba por debajo de la espalda. Ahora, únicamente salgo de noche, entonces todo es más claro, más cálido, menos difícil. Pero después de todo, la memoria subsiste.
Me ha sobrevenido el sueño, todo esto es demasiado. Si el tic tac volviera a escucharse, vendrías, con la piel blanca y cabellos oscuros, serías una cocinera de sesenta años por la mañana, hija colegiala al medio día, adolescente promiscua por la tarde y contrincante de ajedrez por la noche. Si existieras, y yo dejara de soñar que alguna vez fui humano.
Pronto el péndulo iniciará su ciclo.


YO NO DIRIJO AL MUNDO


Hay cordones que nunca llegan a cortarse plenamente.
Esa noche conocí el departamento de policía de la ciudad. El frío, es en verdad más duro ahí. Me hubiera gustado conocerlo de día, pero no pidieron permiso para llevarme. La oficina estaba repleta de animales, luego vieron otros vestidos de negro, todavía más animales. No hacían más que formular preguntas estúpidas, jamás comprenderían lo que sucedió, son tan torpes.
De pronto, me asaltó una imagen terrible, el pantalón estaba empapado en una incontenible orina fría. La veía ahí, en el asiento lateral del coche de Roberto, cubierta de un rojo espléndido que bajo luz de luna se tornaba un púrpura indescriptible. Así es como la recuerdo, tenía el cabello hermoso como siempre aunque más despeinado y negro de lo normal. El reciente faje justificaba la situación del pelo, el color, nunca pude explicármelo. Chorreaba púrpura por el orificio de la frente, los ojos radiantes y el semblante preciso. Me sentí culpable por haberle manchado el lunar gris de la mejilla, pocas cosas me gustaban tanto de ella desde el primer día. Estuve así hasta que dejó de excretar aquel fluido, limpiando el lunar frecuentemente.
Me observaba fija segundos antes del disparo, lloraba muy suave y preguntaba cosas con la mirada. Le explique varias veces que su dolor era nada comparado con el que yo sentía: Aunque no lo creas, éste, es para mí un estado excesivamente masoquista. Si alguien va a matarte será tu más ferviente admirador. Para matar a alguien hay que amarlo demasiado. Hay cordones que nunca llegan a trozarse plenamente.
No comprendió nada de lo que le dije, sin embargo, estuve seguro de que lo haría después. Con un beso, señale el lugar preciso en la frente. Al final no puede evitar pedirle perdón por haber derramado tanto líquido púrpura, era la primer vez que hacía algo semejante.
Las preguntas no cesaban en la comandancia. Al él, no lo maté yo, fue el miedo, si se hubiera quedado quieto hasta que los paramédicos llegaran no habría pasado. Le disparé sólo para que se quedara quieto, de cualquier manera, también yo me revolqué alguna vez con una de sus viejas, pero siempre estuvo repleto de miedo. Todos recibimos lo que merecíamos, es justicia natural.
Como lo suponía, los animales de negro no entendieron nada o no quisieron entender.
-Me dedico a vivir en el mundo, y el mundo dice: sulfúrense, asesinen. ¿Por qué culparme a mí?

Yo no gobierno al mundo.




LLORAR EL VIENTO
“Se donde me gustaría estar,
Justo allá de donde vine”
Jim Morrison

Esa mañana desperté en un hotel donde todo era rojo, había soñado con un vagón de bestias encerradas, ahora, una extraña criatura dormía junto a mí. Las sábanas resultaban abrazadoras, auténticas prisiones sombrías. Ella estaba a mí lado, con su pelo rojo y la piel casi albina, corría hacia el baño llamándome. De frete al espejo me decía: No puedo sobrevivir a cada lento siglo de su movimiento. Me precipité ante el espejo y lo encontré vacío. Encendí un cigarro. Aprender a olvidar.
Una vez tuve un juego, me dijo. Basta con que cierres los ojos y olvides tu nombre, la gente, el mundo, sólo se trata de perder el control. Marcha atrás en lo profundo del cerebro, supera el dolor, ve allá donde no hay lluvia. Al abrir los ojos, ella ya no estaba.
La encontré fuera a media calle empujando una valija. Espera, hubo una matanza aquí. Ella solo tuvo tiempo de gritarme: No toques nada, no mires, corre, mañana será el día del nacimiento, debes estar listo, corre. Y desapareció brincando los cadáveres que rabiosos perros devoraban echando espumarajos.
Huí de la ciudad por una carretera repleta de alborotadas luces y autos llenos de ojos azorados. La ventana comenzó a vibrar con un sonido sordo y lejano, un temblor suave que lo invadía todo. Extrañas voces aullaban en la radio que ciudades enteras se habían convertido en ruina y muertos. Las luces se ponían más brillantes y asustadizas
Llegué a un pequeño poblado de indígenas que danzaban alrededor de un gran fuego, uno de ellos se acercó y me dijo: Olvida la noche, en esta zona no hay estrellas. Ninguna expiación perpetua puede ahora perdonarnos por haber desheredado el alba, estamos petrificados. El smog va a alcanzarnos pronto.
Subí al auto prolongando la huida hasta llegar a un pequeño lago donde había un televisor encendido a la orilla. La pantalla sólo mostraba niños y soldados pereciendo de miedo y edificios invertidos entre la espesa nube de humo.
Estarás muerto y en el infierno antes de que yo nazca, dijo una voz que surgía del agua y de donde brotó la terrible imagen de un feto poco formado y cara de anciano leproso que no se cansaba de repetir la frase. Huí de nuevo.
Una hermosa niña de cabellos dorados caminaba entre el bosque con una flor en la mano, gritando desesperadamente: Nadie entiende. Se ha perdido el amor, me dijo, con el rostro de frente. Prosiguió caminando mientras encendía la flor como una vela. Conozco tu sueño, tu miedo, continuó diciendo. La seguí casi hasta el amanecer (que parecía no llegar nunca). Alcanzó la orilla de una esplendida playa. Dio vuelta hundiendo los pies en la arena. El sol brilla hondo en el mar, ahí no escucharás gemir al viento. Ambos llenamos los pulmones dentro del mar.
Cuando desperté, flotaba sobre una pequeña barca: Algo debe tener este sitio para defender.
¡Cómo me gusta oír llorar al viento!