YO NO DIRIJO AL MUNDO
Hay cordones que nunca llegan a cortarse plenamente.
Esa noche conocí el departamento de policía de la ciudad. El frío, es en verdad más duro ahí. Me hubiera gustado conocerlo de día, pero no pidieron permiso para llevarme. La oficina estaba repleta de animales, luego vieron otros vestidos de negro, todavía más animales. No hacían más que formular preguntas estúpidas, jamás comprenderían lo que sucedió, son tan torpes.
De pronto, me asaltó una imagen terrible, el pantalón estaba empapado en una incontenible orina fría. La veía ahí, en el asiento lateral del coche de Roberto, cubierta de un rojo espléndido que bajo luz de luna se tornaba un púrpura indescriptible. Así es como la recuerdo, tenía el cabello hermoso como siempre aunque más despeinado y negro de lo normal. El reciente faje justificaba la situación del pelo, el color, nunca pude explicármelo. Chorreaba púrpura por el orificio de la frente, los ojos radiantes y el semblante preciso. Me sentí culpable por haberle manchado el lunar gris de la mejilla, pocas cosas me gustaban tanto de ella desde el primer día. Estuve así hasta que dejó de excretar aquel fluido, limpiando el lunar frecuentemente.
Me observaba fija segundos antes del disparo, lloraba muy suave y preguntaba cosas con la mirada. Le explique varias veces que su dolor era nada comparado con el que yo sentía: Aunque no lo creas, éste, es para mí un estado excesivamente masoquista. Si alguien va a matarte será tu más ferviente admirador. Para matar a alguien hay que amarlo demasiado. Hay cordones que nunca llegan a trozarse plenamente.
No comprendió nada de lo que le dije, sin embargo, estuve seguro de que lo haría después. Con un beso, señale el lugar preciso en la frente. Al final no puede evitar pedirle perdón por haber derramado tanto líquido púrpura, era la primer vez que hacía algo semejante.
Las preguntas no cesaban en la comandancia. Al él, no lo maté yo, fue el miedo, si se hubiera quedado quieto hasta que los paramédicos llegaran no habría pasado. Le disparé sólo para que se quedara quieto, de cualquier manera, también yo me revolqué alguna vez con una de sus viejas, pero siempre estuvo repleto de miedo. Todos recibimos lo que merecíamos, es justicia natural.
Como lo suponía, los animales de negro no entendieron nada o no quisieron entender.
-Me dedico a vivir en el mundo, y el mundo dice: sulfúrense, asesinen. ¿Por qué culparme a mí?
Yo no gobierno al mundo.
LLORAR EL VIENTO
“Se donde me gustaría estar,
Justo allá de donde vine”
Jim Morrison
Esa mañana desperté en un hotel donde todo era rojo, había soñado con un vagón de bestias encerradas, ahora, una extraña criatura dormía junto a mí. Las sábanas resultaban abrazadoras, auténticas prisiones sombrías. Ella estaba a mí lado, con su pelo rojo y la piel casi albina, corría hacia el baño llamándome. De frete al espejo me decía: No puedo sobrevivir a cada lento siglo de su movimiento. Me precipité ante el espejo y lo encontré vacío. Encendí un cigarro. Aprender a olvidar.
Una vez tuve un juego, me dijo. Basta con que cierres los ojos y olvides tu nombre, la gente, el mundo, sólo se trata de perder el control. Marcha atrás en lo profundo del cerebro, supera el dolor, ve allá donde no hay lluvia. Al abrir los ojos, ella ya no estaba.
La encontré fuera a media calle empujando una valija. Espera, hubo una matanza aquí. Ella solo tuvo tiempo de gritarme: No toques nada, no mires, corre, mañana será el día del nacimiento, debes estar listo, corre. Y desapareció brincando los cadáveres que rabiosos perros devoraban echando espumarajos.
Huí de la ciudad por una carretera repleta de alborotadas luces y autos llenos de ojos azorados. La ventana comenzó a vibrar con un sonido sordo y lejano, un temblor suave que lo invadía todo. Extrañas voces aullaban en la radio que ciudades enteras se habían convertido en ruina y muertos. Las luces se ponían más brillantes y asustadizas
Llegué a un pequeño poblado de indígenas que danzaban alrededor de un gran fuego, uno de ellos se acercó y me dijo: Olvida la noche, en esta zona no hay estrellas. Ninguna expiación perpetua puede ahora perdonarnos por haber desheredado el alba, estamos petrificados. El smog va a alcanzarnos pronto.
Subí al auto prolongando la huida hasta llegar a un pequeño lago donde había un televisor encendido a la orilla. La pantalla sólo mostraba niños y soldados pereciendo de miedo y edificios invertidos entre la espesa nube de humo.
Estarás muerto y en el infierno antes de que yo nazca, dijo una voz que surgía del agua y de donde brotó la terrible imagen de un feto poco formado y cara de anciano leproso que no se cansaba de repetir la frase. Huí de nuevo.
Una hermosa niña de cabellos dorados caminaba entre el bosque con una flor en la mano, gritando desesperadamente: Nadie entiende. Se ha perdido el amor, me dijo, con el rostro de frente. Prosiguió caminando mientras encendía la flor como una vela. Conozco tu sueño, tu miedo, continuó diciendo. La seguí casi hasta el amanecer (que parecía no llegar nunca). Alcanzó la orilla de una esplendida playa. Dio vuelta hundiendo los pies en la arena. El sol brilla hondo en el mar, ahí no escucharás gemir al viento. Ambos llenamos los pulmones dentro del mar.
Cuando desperté, flotaba sobre una pequeña barca: Algo debe tener este sitio para defender.
¡Cómo me gusta oír llorar al viento!